martes, 16 de abril de 2019

Hannah Arendt nació el 14 de octubre de 1906 en Hannover en el seno de una familia hebrea asimilada y pasó su infancia en Königsberg, la ciudad de Kant, en donde fue criada por su madre. De una inteligencia clara y precoz, Arendt lee a Kant y a Jaspers a los catorce años, y se apasiona por el estudio del griego y por Kierkegaard, a quien lee a los diecisiete años. 


El pensamiento de Hannah Arendt nace en un contexto histórico sumamente convulso, el totalitarismo, y lleva la huella de su vivencia personal. A pesar de eso, no queda encerrado en su situación, sino que se plantea preguntas que siguen preocupando al hombre actual. La vigencia de sus ideas se hace patente por la gran cantidad de estudios que se han publicado y siguen publicándose sobre ella. La filósofa formada en la fenomenología de Heidegger y el pensar existencial de Jaspers busca la creación y mantenimiento de un espacio público de aparición que garantice el derecho a tener derechos.

Racismo y totalitarismo

Para Arendt, lo más destacado del imperialismo es que supone una comprensión de los seres humanos en función de la categoría de raza y esto hace inviable la política en sentido propio: «políticamente hablando, la raza es —digan lo que digan los eruditos de las facultades científicas e históricas— no el comienzo, sino el final de la humanidad; no el origen del pueblo, sino su decadencia; no el nacimiento natural del ser humano, sino su muerte antinatural» [La tradición oculta: 34]. El suelo nutricio del totalitarismo fue, por tanto, el racismo. A lo que su unió la burocracia. En cambio, el totalitarismo, a diferencia del imperialismo, dejó de lado el aspecto utilitario y se convirtió en una ideología capaz de realizar actos contra la economía propia. Se basó en la idea de elegido y estableció una diferencia entre dos grupos de seres humanos. Al hacerlo, tuvieron que enfrentarse al pueblo judío que se entendía a sí mismo como el pueblo elegido. Esto se convirtió en un motor de fanatismo y se fortaleció en una Europa que estaba asistiendo, tras la Primera Guerra Mundial, a la caída de las Naciones-Estado, al problema de las minorías dentro de las Naciones-Estados surgidas tras la desaparición del Imperio Austrohúngaro, y al aumento de los apátridas, que junto a la abolición del derecho de asilo por parte de algunos países, dejó en la ilegalidad a multitud de personas. Este proceso dio lugar a la pérdida del hogar propio y a la imposibilidad de encontrar uno nuevo, así como a la pérdida de la protección ofrecida por la ciudadanía: la perplejidad de los derechos del hombre. La situación de completa ilegalidad de muchas personas fue la antesala para que se diera el paso a negar su derecho a la vida. Pero para esta filósofa alemana ninguno de estos elementos es totalitario en sí mismo: se convierten en tal al ser unidos en una síntesis nueva que es contingente, no necesaria.

Urabayen, Julia
Profesora adjunta
Facultad de Filosofía y letras. Departamento de filosofía
Universidad de Pamplona.


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