A los 17 se marchó a Berlín, donde empezó a investigar sobre la teología cristiana y el pensamiento y la obra de Kierkegaard. Un año después viajó a Marburgo para estudiar oficialmente teología y filosofía en la universidad de esta ciudad alemana. Era el año 1924. Y allí, en la universidad, cambia su vida personal cuando se enamora de uno de sus profesores: Martin Heidegger. Poco había en esta relación que permitiera pensar que iba a ser fácil y a la vista de todos: él, católico, casado con una convencida antisemita, con dos hijos, tenía altas pretensiones para sí mismo en esa Alemania que ya se estaba formando y una reputación que quería mantener a toda costa, acabaría siendo partidario de Hitler y convirtiéndose en el filósofo oficial del nazismo; ella, 17 años más joven, judía. Pero mantuvieron la relación, sí, desde finales de 1924 hasta la primavera de 1926, en secreto, de forma clandestina, con altibajos, una relación que sería decisiva para los pensamientos filosóficos de ambos.
El 10 de febrero de 1925, Heidegger le escribe una carta:
Querida señorita Arendt:
Aún debo ir a verla esta noche y hablarle al corazón.
Todo debe ser llano y claro y puro entre nosotros. Sólo entonces seremos dignos de encontrarnos. El hecho de que usted llegara a ser alumna mía y yo, su maestro, es sólo el origen de aquello que nos ocurrió.
Nunca podré poseerla, pero usted pertenecerá a partir de ahora a mi vida, y esta deberá crecer por usted.
Nunca sabemos en qué podemos convertirnos para los otros a través de nuestro ser. Sin embargo, una reflexión bien puede aclarar hasta qué punto surtimos un efecto destructivo e inhibitorio.
El camino que seguirá su joven vida está oculto. Inclinémonos ante él. y mi fidelidad a usted sólo deberá ayudarle a mantenerse fiel a sí misma.
El libro Hannah Arendt-Martin Heidegger. Correspondencia 1925-1975, publicado por Herder, recoge las cartas que los dos filósofos se enviaron a lo largo de estos años, incluso una vez terminada su relación sentimental, hasta julio de 1975, cinco meses antes de la muerte de Hannah y diez meses antes de la de Martin.
El 22 de abril de 1928, Hannah le escribía:
Te amo como el primer día, lo sabes, y siempre lo he sabido, incluso antes de este reencuentro. El camino que me enseñaste es más largo y arduo de lo que pensaba. Exige toda una larga vida. La soledad de este camino la elige uno mismo y es la posibilidad de vida que me corresponde. Pero el abandono que el destino ha suprimido no sólo me habría quitado la fuerza para vivir en el mundo, es decir, no en el aislamiento, sino que me habría bloqueado también el propio camino que, por ser largo y no un salto, recorre el mundo.. Sólo tú tienes el derecho de saberlo porque siempre lo has sabido. Y creo que incluso donde callo en última instancia nunca falto a la verdad. Siempre doy lo que se me exige, y el propio camino no es más que la tarea que me impone nuestro amor. Perdería mi derecho a la vida si perdiera mi amor por ti, pero perdería este amor y su realidad si me sustrajera a la tarea a la que me obliga.
«Y si Dios lo da te amaré mejor tras la muerte».
Carta de Martin en el invierno 1932-1933:
Querida Hannah:
Los rumores que te inquietan son calumnias que encajan perfectamente con otras experiencias que he tenido que vivir en los últimos años.
El hecho de que difícilmente pueda excluir a los judíos de las invitaciones a los seminarios puede deducirse de la circunstancia de que en los últimos cuatro semestres no he tenido ninguna invitación al seminario. El que, según dicen, no saludo a los judíos es una difamación tan grave que, eso sí, la tendré muy en cuenta en el futuro.
Para aclarar mi actitud frente a los judíos, bastan los siguientes hechos:
Este semestre de invierno tengo permiso y por tanto ya comuniqué con tiempo en el semestre de verano que deseo ser dejado en paz y que no acepto que me entreguen trabajos ni nada por el estilo.
Quien a pesar de ello viene y debe doctorarse y, además, podrá hacerlo, es un judío. Quien puede venir a verme mensualmente para informar de un trabajo importante en curso (que no es ni el proyecto de una tesis ni de una habilitación), es otro judío. Quien hace unas semanas me envió un extenso trabajo para que lo revisara con urgencia, es judío.
Los dos becarios de la comunidad de asistencia cuyo nombramiento conseguí en los últimos tres semestres son judíos. Quien recibe a través de mí una beca para Roma, es un judío.
Quien quiera llamarlo «antisemitismo furibundo», que lo haga.
Por lo demás, soy hoy en día tan antisemita en cuestiones universitarias como lo era hace diez años y en Marburgo, donde incluso conté para este antisemitismo con el apoyo de Jacobsthal y Friedländer.
Esto no tiene nada que ver con las relaciones personales con judíos (por ejemplo, Husserl, Misch, Cassirer y otros).
Y menos aún puede afectar a la relación contigo.
Pero en su discurso de toma de posesión como rector de la Universidad de Friburgo, cargo que ocupó el 27 de abril de 1933, Martin Heidegger hace una loa de los valores del nazismo. Cuatro días más tarde entraba a formar parte del Partido Nacionalsocialista, al que perteneció hasta 1945. Y dos años después de esa carta dirigida a Hannah en el invierno de 1932, desde su cargo en la universidad permite que se le prohíba la entrada a la biblioteca a Edmund Husserl, judío.
Martin Heidegger. Detalle de la fotografía “W 134 Nr. 060678a-Hausen: Festakt, in der Reihe, Kultusminister Storz, Prof. Heidegger, Dichtel”. Autor: Willy Pragher. Distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia CC BY-SA 3.0.
Contra el Totalitarismo
Hannah había decidido alejarse de Heidegger y dejar Marburgo y se fue primero a Friburgo, donde estudió precisamente con Husserl, y más tarde a Heidelberg, para hacer el doctorado tutelada por Karl Jaspers. Se casó dos veces: la primera, en 1929, con el filósofo Günther Stern (que luego firmaría cambiando su apellido por Anders), a quien había conocido en Marburgo y después se reencontró en Berlín. Se divorciaron en 1937. Su segundo marido fue el filósofo y poeta Heinrich Blücher.
Por Amalia Mosquera
El 10 de febrero de 1925, Heidegger le escribe una carta:
Querida señorita Arendt:
Aún debo ir a verla esta noche y hablarle al corazón.
Todo debe ser llano y claro y puro entre nosotros. Sólo entonces seremos dignos de encontrarnos. El hecho de que usted llegara a ser alumna mía y yo, su maestro, es sólo el origen de aquello que nos ocurrió.
Nunca podré poseerla, pero usted pertenecerá a partir de ahora a mi vida, y esta deberá crecer por usted.
Nunca sabemos en qué podemos convertirnos para los otros a través de nuestro ser. Sin embargo, una reflexión bien puede aclarar hasta qué punto surtimos un efecto destructivo e inhibitorio.
El camino que seguirá su joven vida está oculto. Inclinémonos ante él. y mi fidelidad a usted sólo deberá ayudarle a mantenerse fiel a sí misma.
El libro Hannah Arendt-Martin Heidegger. Correspondencia 1925-1975, publicado por Herder, recoge las cartas que los dos filósofos se enviaron a lo largo de estos años, incluso una vez terminada su relación sentimental, hasta julio de 1975, cinco meses antes de la muerte de Hannah y diez meses antes de la de Martin.
El 22 de abril de 1928, Hannah le escribía:
Te amo como el primer día, lo sabes, y siempre lo he sabido, incluso antes de este reencuentro. El camino que me enseñaste es más largo y arduo de lo que pensaba. Exige toda una larga vida. La soledad de este camino la elige uno mismo y es la posibilidad de vida que me corresponde. Pero el abandono que el destino ha suprimido no sólo me habría quitado la fuerza para vivir en el mundo, es decir, no en el aislamiento, sino que me habría bloqueado también el propio camino que, por ser largo y no un salto, recorre el mundo.. Sólo tú tienes el derecho de saberlo porque siempre lo has sabido. Y creo que incluso donde callo en última instancia nunca falto a la verdad. Siempre doy lo que se me exige, y el propio camino no es más que la tarea que me impone nuestro amor. Perdería mi derecho a la vida si perdiera mi amor por ti, pero perdería este amor y su realidad si me sustrajera a la tarea a la que me obliga.
«Y si Dios lo da te amaré mejor tras la muerte».
Carta de Martin en el invierno 1932-1933:
Querida Hannah:
Los rumores que te inquietan son calumnias que encajan perfectamente con otras experiencias que he tenido que vivir en los últimos años.
El hecho de que difícilmente pueda excluir a los judíos de las invitaciones a los seminarios puede deducirse de la circunstancia de que en los últimos cuatro semestres no he tenido ninguna invitación al seminario. El que, según dicen, no saludo a los judíos es una difamación tan grave que, eso sí, la tendré muy en cuenta en el futuro.
Para aclarar mi actitud frente a los judíos, bastan los siguientes hechos:
Este semestre de invierno tengo permiso y por tanto ya comuniqué con tiempo en el semestre de verano que deseo ser dejado en paz y que no acepto que me entreguen trabajos ni nada por el estilo.
Quien a pesar de ello viene y debe doctorarse y, además, podrá hacerlo, es un judío. Quien puede venir a verme mensualmente para informar de un trabajo importante en curso (que no es ni el proyecto de una tesis ni de una habilitación), es otro judío. Quien hace unas semanas me envió un extenso trabajo para que lo revisara con urgencia, es judío.
Los dos becarios de la comunidad de asistencia cuyo nombramiento conseguí en los últimos tres semestres son judíos. Quien recibe a través de mí una beca para Roma, es un judío.
Quien quiera llamarlo «antisemitismo furibundo», que lo haga.
Por lo demás, soy hoy en día tan antisemita en cuestiones universitarias como lo era hace diez años y en Marburgo, donde incluso conté para este antisemitismo con el apoyo de Jacobsthal y Friedländer.
Esto no tiene nada que ver con las relaciones personales con judíos (por ejemplo, Husserl, Misch, Cassirer y otros).
Y menos aún puede afectar a la relación contigo.
Pero en su discurso de toma de posesión como rector de la Universidad de Friburgo, cargo que ocupó el 27 de abril de 1933, Martin Heidegger hace una loa de los valores del nazismo. Cuatro días más tarde entraba a formar parte del Partido Nacionalsocialista, al que perteneció hasta 1945. Y dos años después de esa carta dirigida a Hannah en el invierno de 1932, desde su cargo en la universidad permite que se le prohíba la entrada a la biblioteca a Edmund Husserl, judío.
Martin Heidegger. Detalle de la fotografía “W 134 Nr. 060678a-Hausen: Festakt, in der Reihe, Kultusminister Storz, Prof. Heidegger, Dichtel”. Autor: Willy Pragher. Distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia CC BY-SA 3.0.
Contra el Totalitarismo
Hannah había decidido alejarse de Heidegger y dejar Marburgo y se fue primero a Friburgo, donde estudió precisamente con Husserl, y más tarde a Heidelberg, para hacer el doctorado tutelada por Karl Jaspers. Se casó dos veces: la primera, en 1929, con el filósofo Günther Stern (que luego firmaría cambiando su apellido por Anders), a quien había conocido en Marburgo y después se reencontró en Berlín. Se divorciaron en 1937. Su segundo marido fue el filósofo y poeta Heinrich Blücher.
Por Amalia Mosquera
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